Diana Morales
En esta sociedad tarde o temprano todo se convierte en negocio.
Las ideas más altruistas, hermosas y gratificantes del ser humano pueden llegar a convertirse en fructíferas fuentes de dinero si una gran empresa anda de por medio. Eso ocurre también con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que ha pasado a ser simplemente el Día de la Mujer. De ser una jornada reivindicativa pasa a ser, santificado por los medios de comunicación, un día para que los maridos les regalen flores a sus mujeres cuando estas les planchen las camisas o les recojan la mesa después del almuerzo.
La primera tarea de aquellas mujeres que luchamos por un mundo mejor y más justo es, por lo tanto, la reivindicación del 8 de marzo como una jornada de lucha. No olvidemos que un 8 de marzo de 1917, las obreras del barrio obrero de Viborg (San Petesburgo) con sus huelgas y manifestaciones dieron comienzo a la revolución rusa. De este acontecimiento proviene la celebración del 8 de marzo. Antes, el día de las mujeres no tuvo una fecha fija.
El 8 de Marzo no es el día de Isabel Preysler, ni de las hermanas Koplovitz, ni de la Infanta Elena. Ninguna de ellas tiene que hacerle la cama a sus hijos o a su marido, ni tienen que realizar las tareas domésticas cuando vuelven del trabajo, ni tienen que quedarse a cuidar de sus parientes enfermos o mayores: Para eso están sus criadas. No van a tener problemas para encontrar un trabajo, ya que no les hace falta: tienen dinero de sobra, tienen bancos, tierras, propiedades que las enriquecerán mientras vivan.
No son suyos los problemas de la mujer trabajadora.
Aunque todas seamos mujeres, son muchas más las diferencias que nos separan de las mujeres capitalistas, que las cosas que nos unen.
Esto, que parece una obviedad, es algo muy importante: la lucha de las mujeres por conseguir una igualdad, necesariamente ha de estar unida a la lucha de la clase trabajadora -hombres y mujeres- por conseguir un mundo igualitario.
¿Qué igualdad es esa que vamos a conseguir en esta sociedad, por mucho que luchemos? ¿La igualdad de boquilla de la que nos habla la ley, pero que jamás se materializa? La Constitución dice que todos tenemos derecho a un trabajo, mientras el paro y la precariedad laboral están a la orden del día. La Declaración de Derechos Humanos nos dice que todo ser humano tiene derecho a elegir lugar de residencia, independientemente de su raza o país de procedencia. Y decenas de inmigrantes mueren cada mes porque no les dejan atravesar nuestras fronteras para buscar trabajo.
Las 254 personas más ricas del mundo tienen un patrimonio igual a los 2.500 millones de seres humanos más pobres, el 45% de la población mundial. ¿Hay mayor desigualdad que esa?
Este es un mundo de ricos y de pobres. De ricos cada vez más ricos y de pobres cada vez más pobres, de leyes que sirven y protegen a los primeros y encierran a los segundos diez años en la cárcel por robar 5.000 Ptas. Un mundo que, precisamente, se basa en las diferencias entre los seres humanos, en los privilegios de unos pocos, jamás podrá haber igualdad para todos.
Las mujeres trabajadoras tenemos que estar unidas y tenemos que luchar por nuestros derechos completos: derecho al aborto, al divorcio -en aquellos países donde no lo hay- a un sueldo para las trabajadoras del hogar, etc. Del mismo modo que los trabajadores -hombres y mujeres- se manifiestan y luchan por la jornada semanal de 35 horas o por rebajar el derecho a la pensión a los 60 años. Pero todas esas luchas no son más que pasos, eslabones de la verdadera lucha, una lucha por cambiar el mundo y convertirlo en un lugar en el que todos, hombres o mujeres, inmigrantes, católicos, ateos, homosexuales, cada persona pueda desarrollarse libremente y completamente como ser humano, con verdadera igualdad de derechos y oportunidades.
Diana Morales, filóloga y escritora, fue presidenta de Jóvenes contra el Racismo y la pobreza en Europa (JRE) y cofundadora de Izquierda Revolucionaria.
Las ideas más altruistas, hermosas y gratificantes del ser humano pueden llegar a convertirse en fructíferas fuentes de dinero si una gran empresa anda de por medio. Eso ocurre también con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que ha pasado a ser simplemente el Día de la Mujer. De ser una jornada reivindicativa pasa a ser, santificado por los medios de comunicación, un día para que los maridos les regalen flores a sus mujeres cuando estas les planchen las camisas o les recojan la mesa después del almuerzo.
La primera tarea de aquellas mujeres que luchamos por un mundo mejor y más justo es, por lo tanto, la reivindicación del 8 de marzo como una jornada de lucha. No olvidemos que un 8 de marzo de 1917, las obreras del barrio obrero de Viborg (San Petesburgo) con sus huelgas y manifestaciones dieron comienzo a la revolución rusa. De este acontecimiento proviene la celebración del 8 de marzo. Antes, el día de las mujeres no tuvo una fecha fija.
El 8 de Marzo no es el día de Isabel Preysler, ni de las hermanas Koplovitz, ni de la Infanta Elena. Ninguna de ellas tiene que hacerle la cama a sus hijos o a su marido, ni tienen que realizar las tareas domésticas cuando vuelven del trabajo, ni tienen que quedarse a cuidar de sus parientes enfermos o mayores: Para eso están sus criadas. No van a tener problemas para encontrar un trabajo, ya que no les hace falta: tienen dinero de sobra, tienen bancos, tierras, propiedades que las enriquecerán mientras vivan.
No son suyos los problemas de la mujer trabajadora.
Aunque todas seamos mujeres, son muchas más las diferencias que nos separan de las mujeres capitalistas, que las cosas que nos unen.
Esto, que parece una obviedad, es algo muy importante: la lucha de las mujeres por conseguir una igualdad, necesariamente ha de estar unida a la lucha de la clase trabajadora -hombres y mujeres- por conseguir un mundo igualitario.
¿Qué igualdad es esa que vamos a conseguir en esta sociedad, por mucho que luchemos? ¿La igualdad de boquilla de la que nos habla la ley, pero que jamás se materializa? La Constitución dice que todos tenemos derecho a un trabajo, mientras el paro y la precariedad laboral están a la orden del día. La Declaración de Derechos Humanos nos dice que todo ser humano tiene derecho a elegir lugar de residencia, independientemente de su raza o país de procedencia. Y decenas de inmigrantes mueren cada mes porque no les dejan atravesar nuestras fronteras para buscar trabajo.
Las 254 personas más ricas del mundo tienen un patrimonio igual a los 2.500 millones de seres humanos más pobres, el 45% de la población mundial. ¿Hay mayor desigualdad que esa?
Este es un mundo de ricos y de pobres. De ricos cada vez más ricos y de pobres cada vez más pobres, de leyes que sirven y protegen a los primeros y encierran a los segundos diez años en la cárcel por robar 5.000 Ptas. Un mundo que, precisamente, se basa en las diferencias entre los seres humanos, en los privilegios de unos pocos, jamás podrá haber igualdad para todos.
Las mujeres trabajadoras tenemos que estar unidas y tenemos que luchar por nuestros derechos completos: derecho al aborto, al divorcio -en aquellos países donde no lo hay- a un sueldo para las trabajadoras del hogar, etc. Del mismo modo que los trabajadores -hombres y mujeres- se manifiestan y luchan por la jornada semanal de 35 horas o por rebajar el derecho a la pensión a los 60 años. Pero todas esas luchas no son más que pasos, eslabones de la verdadera lucha, una lucha por cambiar el mundo y convertirlo en un lugar en el que todos, hombres o mujeres, inmigrantes, católicos, ateos, homosexuales, cada persona pueda desarrollarse libremente y completamente como ser humano, con verdadera igualdad de derechos y oportunidades.
Diana Morales, filóloga y escritora, fue presidenta de Jóvenes contra el Racismo y la pobreza en Europa (JRE) y cofundadora de Izquierda Revolucionaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario