viernes, 22 de mayo de 2009

LOS APÓSTOLES DE LA IDEA O LA LLEGADA DEL ANARQUISMO A ESPAÑA


LA TIERRA PROMETIDA
En septiembre del año 1868 la revolución encabezada por los generales Serrano y Prim ponía fin a la monarquía de los Borbones. Se abría así uno de esos clásicos períodos de euforia que jalonan la historia española y que culminaría en 1873 con la sublevación cantonal durante la Primera y efímera República.

Aquella revolución, pronto denominada La Gloriosa, supuso un importante acicate para la clase obrera, el proletariado, por utilizar un término que entonces comenzaba a estar en boga. Marx y Engels fijarían su atención en España a raíz de La Gloriosa y Bakunin enviaría un delegado a la Península para formar lo que sería el núcleo original de la Primera Internacional. Así llegó el anarquismo a España.



Movimiento Obrero libertario.

Por aquella época el gran prócer del anarquismo, el ruso Bakunin, residía en la ciudad de Nápoles, tras numerosos avatares, prisiones terroríficas y penalidades casi sobrehumanas. Aún así, lo mismo que un ungido, no había perdido su fe en el ser humano ni en la clase trabajadora. Era tal la fuerza de su personalidad, el arrojo de su discurso, la bondad que parecía emanar de sus ideales -según ha quedado reflejado en innumerables testimonios- que nunca le faltaron acólitos. Era también esa la época en la que la disputa de la Primera Internacional entre la facción marxista -o autoritaria, según el vocablo de los anarquistas- y la bakunista alcanzaba sus niveles más dramáticos. Y dramática era también la propia existencia no sólo de Bakunin, sino de sus seguidores. Para hacernos una idea: Bakunin no viajó a España personalmente porque no le alcanzaba el dinero para el tren.
Al que tampoco le alcanzaba era a su segundo en Italia, el napolitano Giuseppe Fanelli, que fue quien finalmente vino al país. Lo hizo gracias a que, por su condición de diputado -de la que por lo demás no hacía uso-, gozaba del derecho a utilizar los ferrocarriles italianos sin coste alguno para su bolsillo. Parece que esto da la medida exacta de aquellos, diríamos, iluminados. Con frecuencia se ha calificado a los primeros anarquistas de místicos, mártires, proselitistas de una nueva religión. De hecho, pronto se les empezó a denominar “los apóstoles de la Idea”. No la estimamos una metáfora desacertada.

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